sábado, 16 de octubre de 2010

Amar y decidir, con libertad de conciencia y seguridad humana

  • ¿Qué es la libertad cuando están en juego concepciones sobre la vida? ¿O la vida misma? Para los dogmas ni el perdón, ni la justicia, ni la paz, son del reino de este mundo.


Nadie está a favor del aborto, nadie pretende promoverlo, la discusión es si abortar debe seguir siendo perseguido penalmente. Despenalizar no obliga a nadie a abortar. En cambio, permite que todos aquellos quienes se oponen al aborto busquen disuadir de practicarlo a las mujeres que pretendan hacerlo. Penalizar impone a las mujeres la disyuntiva entre tener un hijo o ir a la cárcel por evitar tenerlo.

Existe un claro consenso en que la situación que lleva a una mujer a considerar la necesidad de abortar es extrema. Ninguna mujer lo hará por gusto ni exenta de secuelas emocionales e incluso físicas. Abortar es de por si una situación traumática, totalmente indeseable para cualquier mujer. Penalizar agrega a esas secuelas, para las mujeres que se han visto en la necesidad de interrumpir un embarazo, la angustia de ser criminalizadas.

Hay mujeres a quienes sus convicciones éticas y religiosas les impiden siquiera considerar la posibilidad de abortar, y aún así algunas de ellas no encuentran más alternativa que hacerlo. ¿Son asesinas? ¿son blasfemas? Al cargo moral y de conciencia que sus convicciones personales les imponen ¿debe agregar el Estado considerarlas delincuentes?

Por otra parte, hay mujeres para quienes la religión no es el parámetro de valoración. Aún así, enfrentan el dilema ético. Si bien la religión no es para ellas el obstáculo, sí enfrentan la disyuntiva de no poder optar por tener un hijo. ¿Debe tener una mujer un hijo aunque no lo desea? ¿A costa de no poder cuidarlo y atenderlo lo mejor que ella quisiera? ¿A costa de considerarlo posiblemente resultado de una desgracia y más aún, causa de otras? Está documentado que los hijos no deseados son por lo general víctimas de abandono, negligencia, maltrato, abusos y que esto acarrea secuelas nocivas en la personalidad. ¿La mujer que no quiere colocar a un hijo en esa situación, debe ser considerada además una criminal?

La vida es sagrada. Por ello hay mujeres que deciden, de manera personal, con todo el cargo de conciencia, todo el dolor e incalculable margen de error que tal decisión implica, que es mejor evitarle una vida de privaciones y sufrimientos a un nuevo ser. ¿Esto es un mal absoluto? ¿Es el mal menor? ¿Ese es el crimen que se debe castigar? Esa es una decisión de cada mujer en su situación concreta y en su conciencia; no de gobernantes, ni de jueces, ni de legisladores, ni de profesionales de la salud, ni de religiosos.

Pero hay otra razón de fondo. Mantener la penalización del aborto no previene ni impide su práctica. Son contados los casos de denuncias por aborto, y es un hecho que miles de mujeres humildes que han decidido practicarlo quedan a merced de carniceros que lo realizan en condiciones simplemente deplorables. En cambio, quienes cuentan con recursos para pagarlo en condiciones óptimas, incluso trasladándose a países donde no corren peligro de ser perseguidas penalmente, jamás serán castigadas por hacerlo. Penalizar el aborto lo único que hace es penalizar la pobreza.

La discusión que se promueve desde la derecha es una discusión moral y teológica, aunque alegue “datos científicos” sobre la existencia de vida desde la concepción. Se antepone a la vida concreta y en acto, la supuesta defensa de la vida potencial.

La situación que enfrentan las mujeres al no tener la opción de abortar puede sintetizarse así:

  • Aunque acuden al aborto como un último recurso desesperado, hay que castigarlas como delincuentes, sin importar que de por sí la situación para ellas es insoportable.
  • Aunque las únicas que corren el riesgo de ser denunciadas y castigadas aquellas de condición humilde, hay que mantener la causa penal, por inmorales, por asesinas, pero sobre todo, por ser pobres.
  • Aunque ni ellas ni en general una parte importante de la sociedad no compartan ciertos valores morales y religiosos, hay que imponérselos como dogmas a todas y a todos.
  • Aunque las mujeres tengan libre albedrío y conciencia, algo que dicho sea de paso, es un principio fundamental de la tradición judeo-cristiana en la que se inscribe nuestra nación, hay que tratarlas como incapaces de decidir sobre su conducta.

En México se pugna por mantener un absoluto respeto hacia las convicciones religiosas que se mantienen en el ámbito de lo personal, de lo privado. Desde la Reforma, en México lo de Dios quedó separado del poder terrenal. El poder público busca el bienestar general, más allá de convicciones morales y religiosas. Lo que para una religión, para una perspectiva trascendental, es un pecado, no tiene porque ser crimen para el poder temporal.

En nuestro Estado laico cada quien tiene el derecho de creer y predicar respetuosamente lo que quiera. Las iglesias, las creencias religiosas tienen a su vez todo el poder y el derecho de excomulgar y estigmatizar a quienes entre la grey no se sujeten a sus normas. Esto no autoriza a ninguna confesión a incurrir en la violencia, la alteración del orden, o la pretensión de que su ley debe ser impuesta a toda la colectividad.

En esta perspectiva, la religión se asume como un recurso para la conciencia individual, para la salvación del alma, para el perdón y la atención de los desvalidos. La tradición cristiana ha predicado por más de dos mil años el amor, la comprensión, el perdón, el amor al prójimo, la conciliación. Ante el dilema de miles de mujeres, una posición confesional o moralista que exige la penalización no es una posición que defienda la vida. Es una posición que predica el odio, particularmente el odio contra las mujeres que no se someten a una concepción particular de su papel en el mundo.

Tenemos la responsabilidad de luchar por mejores condiciones de vida, de educación y de salud tales que el aborto por razones socioeconómicas sea innecesario. Mientras tanto, el bienestar, la seguridad, la salud, la vida de miles de mujeres va de por medio si cuentan con la posibilidad de interrumpir en condiciones dignas un embarazo no previsto, no deseado.

La alternativa es la simulación y la hipocresía que esas mujeres afrontan hoy. Penalizar el aborto condena a miles de mujeres a verse obligadas a pagar sumas onerosas a un mercenario, a un improvisado, con el riesgo de secuelas físicas muy graves y atravesando una experiencia inevitablemente traumática. Podemos erradicar el descalabro económico para las mujeres humildes y aminorar el sufrimiento físico. Podemos procurar atención y orientación psicológica. El asunto de conciencia es de los individuos, no de la ley ni del Estado.

Ninguna mujer debería abortar, y la responsabilidad como ciudadanos nos compromete a luchar por la generación de las condiciones para que esto sea posible. Mientras tanto, pretender mantener al aborto como causa penal es agregar horror y sufrimiento a una situación de por sí insoportable para las mujeres.

Es ocioso pretender que quienes asumen la penalización del aborto como dogma acepten estas razones. Lo que importa es asumir una posición que defienda los derechos, la dignidad, la libertad y el bienestar de mujeres y hombres por igual.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Para debatir la ética del hombre político

"La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, si no también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estupido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un «sin embargo»; sólo un hombre de esta forma construido tiene «vocación» para la política."
Max Weber, de La política como vocación.

Pasión y mesura, lo posible y lo imposible, caudillismo o heroismo y simple destrucción de todas las esperanzas del hombre común (ilusiones, dirían otros interpretes de Weber), un mundo intolerable y presencia de ánimo ante eso...

¿Pero en realidad hay quienes afronten esas tensiones al actuar en política? Lo que subyace, como la esperanza en el fondo de la
Caja de Pándora, es la olvidada tensión entre convicción y responsabilidad. ¿Tiene sentido ese debate?

sábado, 3 de abril de 2010

¿Qué es ser de izquierda?

[Nota: La redacción original de este texto, es de noviembre de 2005, se publicó luego en la revista Topodrilo No. 6, julio agosto 2008.]

Una actitud vital, dialogante, tolerante de la diferencia y la disidencia, falible, expresiva, abierta al cambio y a nuevas respuestas ante nuevos problemas (y no reducida a los viejos catecismos de otra épocas), menos preocupada por la fidelidad a una ideología abstracta que por la felicidad terrenal, concreta, de quienes no conocen la esperanza, una manera de vivir con autonomía y con solidaridad. Supongo que todo esto es indispensable para quien pretenda ser de izquierda. La duda sobre si esto es remotamente certero o suficiente, no resulta ajena, ni inconsecuente. La izquierda deja de serlo cuando pretende que la verdad ya ha sido dicha, y sólo falta someter la realidad a esa verdad hecha.

Ser de izquierda no es una cuestión de agenda. Todos podemos estar de acuerdo en la igualdad entendida más como igualdad de oportunidades que como homogeneidad de recursos materiales disponibles; o en la libertad como desmantelamiento de toda forma de opresión o dominación, lo que nos llevaría a debatir el trastrocamiento de relaciones de poder verticales para transitar a formas de poder horizontales, entre pares; o en la urgente necesidad de superar la desastrosa situación del sistema educativo, que no es sólo un problema de recursos, sino también de planes de estudio, a lo que debemos agregar: de métodos de enseñanza, de intervención social y comunitaria, de definición y cumplimiento de objetivos, etc.

La agenda de tareas por hacer puede ser interminable. Con ella, cabe insistir, no hay mucho problema. El problema es la voluntad y la capacidad de nuestra izquierda para llevarla a cabo. Sin recetas, ni métodos, ni soluciones mágicas. Hay gente valiosa que ha hecho y no dejará de hacer mucho al respecto, dentro y fuera del gobierno, en los partidos, en la sociedad civil, en sus ámbitos cotidianos. ¿Son necesarios los certificados de pureza izquierdista, ideológica o partidista?

No hay solución universal a los ¿Cómo?, aunque todos suscribamos los ¿Qué?, porque ya no hay una gran ideología o dogma con respuestas para todo (aunque no faltan quienes suspiran por ellos). Esto nos hace más libres, y a la vez nos impone una responsabilidad inmensa: la de andar el camino sin señales ni rutas trazadas de antemano. Por mucho que sepamos a dónde queremos ir (y generalmente ni eso sabemos), nadie puede decir con certeza cuál es el camino que se debe tomar.

Sí a la razón crítica, esa que no cree en soluciones hechas, recetas, métodos únicos, organizaciones donde todo cabe aunque no se le sepa acomodar, netas, himnos y demás. Basta de Razón arrogante, bienvenida la razón sensible, razón dudosa, vacilante, viva, autocrítica, limitada, falible, modesta, poética, lúdica, que no rehuye a las ambigüedades y a las contradicciones, que no aspira a saberlo todo ni a tener respuestas para todo.

Pensar con libertad, actuar con libertad, “Vivir sin Dogmas” afirman los jóvenes anarquistas hoy; como para constatar que el sueño no tiene que ser el mismo para todos, aunque hace falta que todos tengan materia para sus propios sueños y esperanzas.

El dogma marxista-leninista en particular y el materialismo histórico vulgar en general acusan a este tipo de visión de desviaciones pequeño burguesas y subjetivistas, atentatorias contra los “verdaderos” principios científicos y las leyes del desarrollo histórico. Por ejemplo, si hacemos caso de la consigna: “la emancipación del proletariado sólo será obra del propio proletariado”, topamos con una serie de problemas:

1) A diferencia de lo que Marx predijo, no se produjo la polarización absoluta entre proletariado industrial y burguesía capitalista.

2) El capitalismo que vivimos hoy es ciertamente infame, sin duda el más salvaje de la historia, pero por paradójico que parezca, en él las reivindicaciones emancipatorias no son directamente contra la opresión del trabajo asalariado por el capital, sino de movimientos sociales de muy diverso signo.

3) Es fácil descalificar a esos movimientos por una “identidad parcial” e incluso “antirrevolucionaria”. De hecho, sólo de manera indirecta sus luchas apuntan a ser contra el capitalismo mundial.

4) El movimiento “globalifóbico” tiene vertientes muy variadas, de las cuales la más inteligente es precisamente la que NO rechaza la globalización, sino que le apuesta a que ésta SEA DIFERENTE (por ejemplo, un mundo donde quepan todos los mundos). ¿Una reedición del internacionalismo, aunque no sea proletario? Es posible.

5) Ese tipo de movimientos ya no creen en el modelo cibernético de una inteligencia central, al estilo del partido vanguardia, que funge como “administración central de las verdades eternas” (Von Beyme dix it), y con esa facultad acusa “desviaciones” y emite flamígeras expulsiones (purgas pues). Por el contrario, reivindican una elevada autonomía de pensamiento y funcionan por redes, cuya virtud es la flexibilidad, el flujo multidireccional, la ausencia de UN centro ordenador –son más bien policéntricos– y en esa medida están sujetos a un elevado grado de incertidumbre. En resumen: la neta científica, así sea para definir la sociedad perfecta, les tiene sin cuidado.

La conclusión es rotunda: el socialismo científico de inspiración marxista-leninista es una regresión frente a las características históricas que ha venido adquiriendo la resistencia internacional contra la globalización capitalista. Seamos dialécticos: el mundo ha cambiado, en muchos sentidos es peor que ese que combatieron Marx, Lenin, o los movimientos protorrevolucionarios de los sesenta-setenta del siglo XX y las incontables luchas de liberación nacional, etc. Pero eso exige replantear la teoría, no reducirla a dogma que a chaleco tiene que seguir explicando todo con los planteamientos elaborados en otro contexto: el del capitalismo industrial decimonónico.

No ser dogmático requiere ser dialéctico, pero ¿aun entendemos esto? O en otros términos ¿Cómo entendemos esto hoy? Dialéctica implica (pero no se reduce) al diálogo. La izquierda actual en México atraviesa un severo problema en este sentido: lo raquíticos que resultan el diálogo y la crítica hacia su interior. Abundan los ataques, las descalificaciones y las ambiciones desmedidas, pero no el diálogo fraternal y la crítica fundada.

Una izquierda sin ideas es a fin de cuentas como un cuerpo sin cerebro, como un gran dinosaurio que sólo depreda su entorno con tal de sobrevivir. Mientras la mayor parte de los esfuerzos de organizaciones que se autodenominan de izquierda sigan dirigiéndose a la pelea por el control del aparato, de los recursos, de las postulaciones para cargos de elección y las designaciones en puestos de gobierno, seguirán dilapidando su capital político y habrá poca energía para otras responsabilidades.