sábado, 3 de abril de 2010

¿Qué es ser de izquierda?

[Nota: La redacción original de este texto, es de noviembre de 2005, se publicó luego en la revista Topodrilo No. 6, julio agosto 2008.]

Una actitud vital, dialogante, tolerante de la diferencia y la disidencia, falible, expresiva, abierta al cambio y a nuevas respuestas ante nuevos problemas (y no reducida a los viejos catecismos de otra épocas), menos preocupada por la fidelidad a una ideología abstracta que por la felicidad terrenal, concreta, de quienes no conocen la esperanza, una manera de vivir con autonomía y con solidaridad. Supongo que todo esto es indispensable para quien pretenda ser de izquierda. La duda sobre si esto es remotamente certero o suficiente, no resulta ajena, ni inconsecuente. La izquierda deja de serlo cuando pretende que la verdad ya ha sido dicha, y sólo falta someter la realidad a esa verdad hecha.

Ser de izquierda no es una cuestión de agenda. Todos podemos estar de acuerdo en la igualdad entendida más como igualdad de oportunidades que como homogeneidad de recursos materiales disponibles; o en la libertad como desmantelamiento de toda forma de opresión o dominación, lo que nos llevaría a debatir el trastrocamiento de relaciones de poder verticales para transitar a formas de poder horizontales, entre pares; o en la urgente necesidad de superar la desastrosa situación del sistema educativo, que no es sólo un problema de recursos, sino también de planes de estudio, a lo que debemos agregar: de métodos de enseñanza, de intervención social y comunitaria, de definición y cumplimiento de objetivos, etc.

La agenda de tareas por hacer puede ser interminable. Con ella, cabe insistir, no hay mucho problema. El problema es la voluntad y la capacidad de nuestra izquierda para llevarla a cabo. Sin recetas, ni métodos, ni soluciones mágicas. Hay gente valiosa que ha hecho y no dejará de hacer mucho al respecto, dentro y fuera del gobierno, en los partidos, en la sociedad civil, en sus ámbitos cotidianos. ¿Son necesarios los certificados de pureza izquierdista, ideológica o partidista?

No hay solución universal a los ¿Cómo?, aunque todos suscribamos los ¿Qué?, porque ya no hay una gran ideología o dogma con respuestas para todo (aunque no faltan quienes suspiran por ellos). Esto nos hace más libres, y a la vez nos impone una responsabilidad inmensa: la de andar el camino sin señales ni rutas trazadas de antemano. Por mucho que sepamos a dónde queremos ir (y generalmente ni eso sabemos), nadie puede decir con certeza cuál es el camino que se debe tomar.

Sí a la razón crítica, esa que no cree en soluciones hechas, recetas, métodos únicos, organizaciones donde todo cabe aunque no se le sepa acomodar, netas, himnos y demás. Basta de Razón arrogante, bienvenida la razón sensible, razón dudosa, vacilante, viva, autocrítica, limitada, falible, modesta, poética, lúdica, que no rehuye a las ambigüedades y a las contradicciones, que no aspira a saberlo todo ni a tener respuestas para todo.

Pensar con libertad, actuar con libertad, “Vivir sin Dogmas” afirman los jóvenes anarquistas hoy; como para constatar que el sueño no tiene que ser el mismo para todos, aunque hace falta que todos tengan materia para sus propios sueños y esperanzas.

El dogma marxista-leninista en particular y el materialismo histórico vulgar en general acusan a este tipo de visión de desviaciones pequeño burguesas y subjetivistas, atentatorias contra los “verdaderos” principios científicos y las leyes del desarrollo histórico. Por ejemplo, si hacemos caso de la consigna: “la emancipación del proletariado sólo será obra del propio proletariado”, topamos con una serie de problemas:

1) A diferencia de lo que Marx predijo, no se produjo la polarización absoluta entre proletariado industrial y burguesía capitalista.

2) El capitalismo que vivimos hoy es ciertamente infame, sin duda el más salvaje de la historia, pero por paradójico que parezca, en él las reivindicaciones emancipatorias no son directamente contra la opresión del trabajo asalariado por el capital, sino de movimientos sociales de muy diverso signo.

3) Es fácil descalificar a esos movimientos por una “identidad parcial” e incluso “antirrevolucionaria”. De hecho, sólo de manera indirecta sus luchas apuntan a ser contra el capitalismo mundial.

4) El movimiento “globalifóbico” tiene vertientes muy variadas, de las cuales la más inteligente es precisamente la que NO rechaza la globalización, sino que le apuesta a que ésta SEA DIFERENTE (por ejemplo, un mundo donde quepan todos los mundos). ¿Una reedición del internacionalismo, aunque no sea proletario? Es posible.

5) Ese tipo de movimientos ya no creen en el modelo cibernético de una inteligencia central, al estilo del partido vanguardia, que funge como “administración central de las verdades eternas” (Von Beyme dix it), y con esa facultad acusa “desviaciones” y emite flamígeras expulsiones (purgas pues). Por el contrario, reivindican una elevada autonomía de pensamiento y funcionan por redes, cuya virtud es la flexibilidad, el flujo multidireccional, la ausencia de UN centro ordenador –son más bien policéntricos– y en esa medida están sujetos a un elevado grado de incertidumbre. En resumen: la neta científica, así sea para definir la sociedad perfecta, les tiene sin cuidado.

La conclusión es rotunda: el socialismo científico de inspiración marxista-leninista es una regresión frente a las características históricas que ha venido adquiriendo la resistencia internacional contra la globalización capitalista. Seamos dialécticos: el mundo ha cambiado, en muchos sentidos es peor que ese que combatieron Marx, Lenin, o los movimientos protorrevolucionarios de los sesenta-setenta del siglo XX y las incontables luchas de liberación nacional, etc. Pero eso exige replantear la teoría, no reducirla a dogma que a chaleco tiene que seguir explicando todo con los planteamientos elaborados en otro contexto: el del capitalismo industrial decimonónico.

No ser dogmático requiere ser dialéctico, pero ¿aun entendemos esto? O en otros términos ¿Cómo entendemos esto hoy? Dialéctica implica (pero no se reduce) al diálogo. La izquierda actual en México atraviesa un severo problema en este sentido: lo raquíticos que resultan el diálogo y la crítica hacia su interior. Abundan los ataques, las descalificaciones y las ambiciones desmedidas, pero no el diálogo fraternal y la crítica fundada.

Una izquierda sin ideas es a fin de cuentas como un cuerpo sin cerebro, como un gran dinosaurio que sólo depreda su entorno con tal de sobrevivir. Mientras la mayor parte de los esfuerzos de organizaciones que se autodenominan de izquierda sigan dirigiéndose a la pelea por el control del aparato, de los recursos, de las postulaciones para cargos de elección y las designaciones en puestos de gobierno, seguirán dilapidando su capital político y habrá poca energía para otras responsabilidades.