lunes, 28 de febrero de 2011

La izquierda inexistente

La izquierda mexicana siempre fue débil, severamente fragmentada y confrontada, además de que en toda su historia mantuvo una relación de amor-odio con el régimen de la “Revolución Mexicana”. Al respecto, puede revisarse a Barry Carr (La izquierda mexicana a través del siglo XX) o a Massimo Modonesi (La crisis histórica de la izquierda socialista mexicana).

El impresionante ascenso de la izquierda aglutinada en el PRD a partir de 1997, se explica sobre todo por la autoridad moral que le confería su irreductible crítica contra los excesos del salinismo, que se evidenciaron tras la peor crisis económica de nuestra historia, la que estalló con aquel celebre “error de diciembre”. Por aquel entonces parecía una alternativa fresca y esperanzadora. Más que una presunta maduración institucional y organizativa o que una auténtica experiencia de gobierno, lo que el PRD ofrecía era una supuesta opción de cambio.
 
De 1997 a 2006 el PRD parecía encontrarse en una línea ascendente, conquistando gubernaturas en Zacatecas, Baja California Sur, Michoacán, Guerrero, además de otras en coaliciones, como las de Tlaxcala, Nayarit y Chiapas.
 
El problema es que esa izquierda dificultosamente “unificada” en el PRD nunca ha demostrado cabalmente ser una verdadera opción de gobierno. De cada tres municipios que gana, a la siguiente elección pierde dos. Peor aún, de 17 estados en los que se ha criminalizado el aborto, los legisladores locales perredistas, petistas y de “convergencia” han sumado votos a favor de esas contrarreformas constitucionales en once entidades. Una absoluta vergüenza.

La demostración más cabal de la incapacidad del PRD para actuar democráticamente quedó plasmada en el informe de Samuel del Villar, sobre las tropelías cometidas por todos los contendientes en las elecciones internas del 2002. No sólo no atendieron las recomendaciones, sino que hasta la fecha ese documento es anatema en el partido. En todas las elecciones internas subsecuentes en el PRD se ha venido ampliando el esquema de manipulación, clientelismo, compra de votos, desviación de recursos públicos y violencia que siempre se criticó a los fraudes electorales desplegados por el PRI. El discípulo ha sido más que sobresaliente.
 
Con todo, hacia 2006 parecía que la toma del poder por vías pacíficas e institucionales estaba al alcance. López Obrador se perfilaba para ser Presidente tras una exitosa jefatura de gobierno en el Distrito Federal, en la que además enfrentó un torpe montaje político del foxismo para desaforarlo y juzgarlo por desacato a una orden judicial. Esto sólo logró colocarlo como víctima y engrosar su ventaja entre las preferencias de la gente. Pero esa crucial elección no se ganó, “haiga sido como haiga sido”.

López Obrador representa una opción para millones de mexicanos que piensan sinceramente que ofrece justicia y bienestar para México. Tengo que reconocer que no es mi caso. Se inscribe en la línea de los caudillos y el culto a la personalidad a la que han sido afectos tantos movimientos de emancipación a lo largo de la historia. No es un “hombre providencial” lo que el futuro de México necesita, y López Obrador ha dado sobradas muestras de conservadurismo moral, autoritarismo e intolerancia contra quienes piensan diferente que él.
 
La izquierda político partidista en nuestro maltrecho país se enfrenta así a opciones poco promisorias. Un país con los problemas que tenemos y que en año no electoral gasta más de tres mil millones de pesos en prerrogativas a sus partidos, debería repensar sus prioridades. La izquierda será progresista y una alternativa de poder en la medida que ponga en practica una verdadera agenda de reformas sociales, políticas y económicas indispensables. El hecho es que la izquierda partidista en México en nada ha renovado las formas de movilización social, acción popular y participación ciudadana, además de que ni remotamente ha permeado en la conciencia de los mexicanos para promover una agenda progresista y libertaria. Si acaso, repite los lugares comunes y los dogmas del… nacionalismo revolucionario. En los hechos, hasta llega a respaldar reformas rotundamente reaccionarias, como se mencionó arriba.
 
Esta izquierda sin identidad, sin programa, sin banderas concretas, sin visión de futuro, sin arraigo alguno en las aspiraciones de la gente, sin capacidad de transformación, y que más bien reproduce dogmas y prácticas del pasado, no se encuentra estancada o incluso en franco declive porque la gente sea estúpida o porque se le imponen “cercos informativos”. Simplemente se trata de una supuesta izquierda incapaz de revertir muchas de las prácticas que en su seno reproducen fielmente eso que tanto combatía. Una izquierda sin asomo de innovación ni de autocrítica. ¿Eso es izquierda?

lunes, 3 de enero de 2011

La última Epifanía

Un cuento "anti-navideño", o que al menos propone una visión desencantada de lo navideño. Ojalá nos haga pensar en algo, y a lo mejor hasta hacer algo.

Aquella noche dormí mal y tuve pesadillas. Mamá hasta se levantó y fue a consolarme como procurando enmendar posibles excesos en el escarmiento que ella misma había impuesto. Pero yo no tenía, no podía tener, nada contra ella; al contrario, a partir de entonces cualquier rencor infantil fue imposible.

La mañana anterior Lucy, Sara y yo habíamos encontrado regalos más bien simbólicos. Un muñeco diminuto para Lucy, un jueguito de té para Sara, un par de zapatos para mí, y una bolsita de dulces como para adornar un poco. Mis hermanas pequeñas no pudieron (ni intentaron) ocultar su descorazonamiento. “Parece que los reyes andaban pobres”, trató de justificar mamá con una falsa sonrisa que era más bien una mueca descompuesta en su rostro demacrado. Nos arreglamos y mamá nos dejó en la escuela, y creo que lo único que aprendí ese día es que en algunos casos los reyes anduvieron más pobres que en otros.

Después de clases llegué al cuartito con mis hermanas. Habían tenido toda la mañana para darse cuenta de que algo no andaba del todo bien, y se notaba porque no sabíamos que decir. Como lo venía haciendo desde unos meses atrás, saqué la comida del refrigerador, la calenté y comimos envueltas en el silencio de nuestro desconcierto. A eso de las cinco de la tarde llegó mi mamá, con la angustia y el cansancio habituales agravados por las frustración de mis hermanas en un día que a todo niño le parece que debía ser cualquier cosa, menos lo que venía ocurriendo hasta esa hora.

Ya habíamos hecho la tarea, así que Lucy envolvió su muñeco en una cobija que en otras circunstancias era servilleta de cocina, Sara reacomodó su jueguito de té en el estuche de cartón que unos días después desalojaría la casa a bordo de la bolsa de basura, y fuimos al parque que está a unas calles de la vecindad. Ahí ocupamos una banca y mientras mis hermanas jugaban a la mamá y a la anfitriona que sirve café, yo veía a niños y niñas radiantes con sus flamantes juguetes que parecían divertidos porque salían todo el tiempo en la tele. Mamá nos avisó que iba a la farmacia, y me ordenó “Laura, cuida bien a tus hermanas”. Se dirigió a la esquina y justo antes de atravesar vi que algo en la acera opuesta la sorprendió por un instante; miró a los lados para pasar y corrió a encontrarse con papá antes que él cruzara hacia la acera del parque. Ya en el otro lado volteó a mirarnos y quiso que él siguiera caminando tras ella al percatarse de que yo observaba todo, pero él se quedó parado y nos miró a las tres a la distancia, con su cara de piedra. Entonces mamá sacó su monedero y se disponía a abrirlo cuando él se lo arrebató, tomó los billetes que había dentro, separó dos o tres y se los devolvió junto con el monedero, se guardó el resto, le hizo un gesto seco que me pareció de despedida, se dio la vuelta y se fue como llegó.

Mamá regresó con los ojos llorosos, y cuando Sara le preguntó que le pasaba, sólo contestó que de seguro era la contaminación, mientras me miraba como pidiéndome que no dijera nada. Sara le pasó una tacita sobre un plato y le dijo que se tomara un cafecito. Ella recibió la bebida de juguete y simuló un sorbo, luego acarició la cabeza de Sara y comentó, con una dulzura que tras lo ocurrido a mí me pareció inexplicable, “está muy rico”. Me sentí tan confundida que le dije que iría a caminar un rato mientras ella jugaba con mis hermanas. Fui hasta el otro lado del parque, donde me detuve a ver a un niño que intentaba piruetas con su bicicleta nueva. Al percatarse de mi presencia, se me acercó y preguntó “¿te gusta mi bici?”, yo sólo respondí “sí”, y me iba a retirar, pero me acercó la bicicleta y dijo “date una vuelta”. Acepté sin pensarlo pues me agradó la idea de hacer algo que no hacía desde no sé cuánto tiempo antes.

Me dirigí a donde estaban mi mamá y mis hermanas, pero cuando me acercaba sonó más adelante un fuerte rechinar de llantas que me hizo detenerme para observar. No alcanzaba a ver nada en dirección del ruido, pero noté que casi junto a la banca que ellas ocupaban estaba un triciclo de reparto, cargado con cajas de roscas de reyes. El vendedor se había detenido a ofrecerlas, y al oír el enfrenón se alejó unos pasos para mirar qué había ocurrido. Mientras tanto, mamá tomó una caja y la puso detrás de la banca, fuera de la vista de los demás, con una calma y una habilidad tales que ni mis hermanas se dieron cuenta. Como a pesar del ruido no hubo nada digno de fisgonear, el vendedor volvió a su triciclo y lo empujó mientras gritaba “¡roscas, lleve sus ricas roscas de reyes!” Yo subí a la bici y llegué con mi mamá muy campante. “Mira”, le dije, “los reyes me dieron esta bicicleta para las tres. Están apenados porque no pudieron dejarla en la mañana, y por eso hasta pusieron una rosca para nosotras ahí abajo”. Mis hermanitas se quedaron boquiabiertas y no podían ocultar su alegría; en cambio mamá me miraba con una mezcla de perplejidad y recelo. Yo me dirigí a Lucy y Sara: “Claro, ustedes tendrán que aprender a andar en bici, pero eso será otro día, porque ahorita hay que comer rosca, y en otro lugar, porque este parque no es muy seguro.” Mamá sólo ordenó que volviéramos a casa, así que Lucy envolvió a su bebé más amorosamente que a un kilo de tortillas, Sara colocó platitos, tacitas, cubiertos y demás utensilios en el perecedero estuche de cartón, y nos retiramos.

Más tarde, mientras mamá preparaba chocolate, me apartó y con un gesto severo me interrogó “Laura ¿qué fue lo que pasó?” “Nada”, dije, “los reyes le dan regalo a mi papá aunque se porte mal, y nosotras dos nos portamos un poquito mal para que los reyes no nos olviden tanto”. Entonces me dio una zurra, tal vez por mi insolencia, y me mandó a dormir sin merendar rosca ni chocolate. Pero ya entrada la noche, cuando me abrazó para ahuyentar mi mal sueño, sabíamos que algo había cambiado, que ya no éramos simplemente madre e hija, que ahora nos unía un vínculo distinto, que no éramos las mismas de ese día que transcurrió manchándose con todas las ilusiones perdidas.

De cualquier modo nos las arreglamos para seguir viviendo como hasta entonces; sin mencionar muchas cosas que tal vez parecía necesario decir, pero no lo era. Mejor evitamos refrendar de viva voz esa alianza circunstancial, eludiendo el significado confuso de aquel deplorable día de reyes, de aquella rosca mal habida, de aquella bicicleta a duras penas más fabulosa que la propia rosca, de aquel parque de peligros y desengaños.