I. Ayeres sin promesas
Mamá está atravesando por una prueba más, tal vez la más
difícil batalla ahora en la octava década de su vida.
En su niñez mamá conoció las calles de esta Ciudad, que
entonces sí eran de esperanza, mientras hoy son de horror, dolor y furia.
Vagaba libremente por la Roma y alrededores con hermanos y pandilla, mientras
Victoria, mi abuela, lavaba y planchaba en casas del rumbo. Mamá también trabajó
desde muy joven y supo lo que era recorrer a deshoras en los camiones (nadie
les llamaba autobuses) la Ciudad, desde el Centro hasta el entonces lejano
Tacubaya. Luego años en el negocito familiar, la Lonchería Cristy, auténtica
empresa femenina, fundada a mediados de los 60 del siglo pasado por la abuela
Victoria, mi tía Toña y mamá, Dolores, Lolita, Lolis.
Tras casi 20 años, entre crisis económicas y vaivenes de la
vida en el rumbo de Tacubaya, a mediados de los ochenta cerraron la lonchería y
mamá trabajó en hogares de Narvarte y la Del Valle, entre otros rumbos. Para
los 90, gracias a mi hermana Cris, mamá tuvo por primera vez seguridad social y
cuando Cris falleció intempestivamente, dejó una modesta pensión para mis papás
y un hueco inmenso en sus vidas. Yo ya era un vago.
Mamá ha superado la pérdida de esa hija adorada, un par de
años después del no menos doloroso deceso de su madre, Victoria. Superó también
la psoriasis, la artritis reumatoide (que nunca ha dejado de causarle dolor), la
hipertensión, distintas intervenciones quirúrgicas por males
gastrointestinales, y los estragos de una vida de intenso trabajo de cuidados,
como ama de casa y como trabajadora en hogares. Hasta hace tres años ella
todavía se hacía cargo de papá, quien de la vitalidad y la vagancia (al fin
ancestro) pasó a un progresivo deterioro que se prolongó poco más de tres años.
Antonia y ella han sido dignas herederas de la fuerza de mi abuela Victoria.
El encierro y aislamiento por la pandemia tuvieron un
respiro en abril, con una pequeña reunión familiar aprovechada para festejarle
a mamá su 82 aniversario, que había sido en marzo. Ya vacunados los mayores, la
ilusión de esos días era que pronto podríamos recuperar sin excusas ni temores
esos ratos, para gozar alimentos, bebida, charla de los vaivenes de la vida y
la compañía de las personas más amadas, la invocación y el elogio de las
insustituibles ausencias, para consagrar la felicidad de estar juntos…
II. Horrores de hoy
Este martes 4 de mayo, mientras la ciudad y el mundo
atestiguaban los horrores de esta Ciudad que cae a pedazos sin que nadie se
haga responsable, alrededor de las dos y media de la tarde mi tía Elo, concuña
de mamá, con quien comparte una sección de la casa que habitan, me avisó que
mamá no había seguido su rutina del día: levantarse alrededor de las 8:30,
cumplir su sagrado ritual del baño, prepararse algo de desayunar y hacer
limpieza y labores de su casa. Al ir a verla a su habitación la encontró
sentada en ese sillón reclinable que compré para papá y que ella rara vez
usaba. Casi no hablaba y estaba triste, llorosa, me contó mi tía. Mamá no
quería que me llamara, ni a mi tía Toña (típico de esas mujeres que nunca
quieren dar molestias), pero ante la situación decidió comunicarse conmigo.
Escuché a mi tía Elo, y hasta aventuré (yo que soy un
escéptico incorregible) que por alguna extraña conspiración del universo mamá y
yo estábamos conectados en un ánimo depresivo, ella por los líos familiares, yo
por mis baches laborales, de vecindad, de grilla, de desencuentros con amigos,
amigas, mujeres… pretextos para arrojarme a esos abismos no me faltaban ese día,
tal vez solo necesitaba evadir otro que aparecía...
Sugerí a mi tía Elo que no se espejeara en la tristeza de
mamá, que la convenciera de que comieran juntas, como hacen habitualmente, y le
insistí en que seguro mamá tenía algún nudo por asuntos conmigo, o con la
familia. Ya más tranquila, mi tía me dijo que me llamaría si mamá no mejoraba.
Alrededor de las cinco y media de la tarde mi tía Elo me
llamó aun más alarmada. Mamá no podía levantarse y tuvo que pedir ayuda a un
vecino para pasarla a la cama, no podía hablar, y seguía muy triste. Terminé de
comer (por fin me había puesto a preparar algo, creo que ese día sólo había
tomado un café…), me di un baño (no iría mugroso a ver a mamá, por más que la
depresión y la higiene personal no se llevan), y salí para ir a verla. Llegué cerca
de las nueve de la noche, el cuadro fue desolador. Mi tía Elo angustiadísima,
mamá acurrucada en la cama, muy llorosa, balbuceando ininteligiblemente y sin
poder mover la mitad del cuerpo. Supe que era un daño neuronal.
Llamé a mi primo Memo para que me ayudara a trasladarla a la
clínica del Seguro Social, pero sabíamos que ahí podrían pasar más horas antes
de que la ingresaran y valoraran… me envió un médico a la casa, que llegó cerca
de las once, y con mucha amabilidad, tras preguntarnos todo lo que ocurrió y
auscultarla, confirmó: EVC, un infarto cerebral.
El médico sugirió trasladarla a un hospital para valoración
urgente y detallada del daño, y eventual revisión por un neurólogo. Al llamar a
Memo, me pidió que la lleváramos a un hospital particular para que se procediera
con agilidad. El doctor pidió una ambulancia, y pocos minutos después de media
noche mamá ingresaba a urgencias. Las preguntas de rigor, el papeleo, el pago
por ingresar, y la advertencia de los médicos de que el pronóstico no podía ser
optimista…
Tras los análisis se confirmó el daño cerebral y que por lo
demás mamá goza de una salud envidiable… el médico internista explicó que ya
ahí no podrían hacer nada, y lo mejor sería acudir con un neurólogo para que
formulara tratamiento especializado. Me dieron la prescripción de medicamentos,
Memo pagó la cuenta (la bendición de que en la familia hay personas solventes,
no como yo que ando sin un clavo) y casi a las cinco de la mañana del miércoles
estábamos de vuelta instalando a mamá en su habitación.
III. Pronóstico: seguir sorteando
horrores
Adaptarse a la condición inesperada de mamá, que se valía
completamente por sí misma a sus 82, y lograr cita con el neurólogo fueron
tareas prioritarias de ese día después. El neurólogo repasó el caso, especificó
que el daño motriz requeriría terapías físicas muy especializadas, que había
posibilidades de mejora, aunque probablemente nunca recuperará bien el habla, y
que para la atención subsecuente resultaría más conveniente acudir con otra
especialista, neuróloga vascular, para quien pidió tomografías craneales y
estudios cardiológicos. Programar los análisis ha sido complicado, pero ya las
tomografías las tomaron ayer, sábado 8 de mayo, y pudimos programar los otros
estudios el próximo sábado 15. Hay que hacer cita con la especialista.
Así estos días tristes, horribles, cuando parece que a cada
paso acecha la desgracia. Pero me consta que así se siente tanta gente al ver
los desastres que, de alguna manera, todos venimos sorteando. Dicen que al
perro más flaco se le cargan las pulgas; yo ni estoy flaco, y creo que a todos
les constan las pulgas que me cargo… pero vaya que me siento puesto a prueba.
Vaya que todos quedamos a prueba.
Mientras mamá, igual que mis tías, igual que Victoria, nunca
se rinde. Busca darse a entender con las escasas palabras que logra articular,
intenta acomodarse en la cama, en la silla, colabora cuando hay que cambiarla
de ropa, bañarla; sonríe y desde luego, se desespera, llora, y solo puedo
acompañarla llorando igual, recordándole que ella siempre ha salido adelante, y
que tengo la convicción de que lo hará también esta vez. Esa fuerza de nuestras
madres, de nuestras mujeres invencibles, es la que realmente mueve al mundo.
Gracias por tu ejemplo, tu cuidado, tus enseñanzas, tú que
solo llegaste al tercer año de primaria, gracias por tu amor infinito mamá. Gracias
también al universo y a la vida porque sigues conmigo, porque saldremos de
ésta.
Publicado originalmente en FB, el 9 de mayo de 2021. https://www.facebook.com/photo?fbid=4093736927336508&set=a.165704476806459