domingo, 2 de mayo de 2021

Desde el exótico y crudo oriente


(Publicado originalmente en Gaceta del Parque, el 26 de abril de 2021)


¿Qué pensamos cuando pensamos en el oriente de esta Megaciudad? ¿Chalco? ¿Los Reyes? ¿Chimalhuacán? ¿Chicoloapan? ¿Texcoco? ¿Alguna ruta hacia Teotihuacán? Muy probablemente, pensamos en Iztapalapa.

De Iztapalapa para el mundo, y esos sonidos de la universal cumbia chilanga (nótese la contradicción) y la tonadita de “17 años” (¿apología de la pedofilia?) o la voz de Natalia Lafourcade entonando “Nunca es suficiente”… yo que ni bailar sé.

¿A qué huele ese exótico y crudo oriente de la Ciudad? El ajetreo de la Central de Abastos, ya de suyo una ciudad inabarcable, oscura, violenta, nos impone un desafío digno de escena de El Perfume. El Cerro de la Estrella idealmente huele a hierba, la Sierra de Santa Catarina idealmente huele a tezontle y piedras (¿a qué diablos huelen las piedras?). El hedor en un día caluroso en el tráfico de Calzada Ignacio Zaragoza ya puede ser otra estación de algún círculo del infierno, o los terregales de interminables obras en Calzada Ermita, entre los que detectar cualquier aroma genera una certeza nimia: “¡¡No tengo Covid!!”

¿Qué imagen nos trae Iztapalapa? Muy probablemente las representaciones de La Pasión, o algún grupito de chacas en motonetas, o un microbús destartalado, además de escandaloso y maloliente… o muy probablemente alguna vista de cualquiera de los sitios ya mencionados, pero probablemente una de desorden, pobreza y abandono, a secas.

Los infinitos y deliciosos sabores de este paraíso culinario que es México se concentran en la ciudad homónima y en este oriente exótico y crudo la fritanga, la garnacha, la vitamina T (¡¡Mmm!!, tacos en variantes sin fin, tortas, tamales, tlacoyos, hasta tlayudas…), el guajolocombo, los chilaquiles, la pancita, las migas, la birria, el pozole, las carnitas, las versiones de la chatarra de las transnacionales, los postres como para detonar coma diabético, las incontables fonditas y pizzerías de barrio, el pulque, las aguas frescas, las nieves y helados… atáscate güero.

El fragor de abordar a primera hora el metro en Constitución impone el roce violento, indeseado, inevitable, soportado estoicamente porque hay que ir a corretear la chuleta. Estrecharse manos, besar mejillas, abrazarse, formas elementales del afecto son auténtico desafío a las restricciones pandémicas. En conjunto: tocarse difícilmente es por cariño, es por violencia, en el transporte, en las calles, en los hogares… Así este oriente como alguna versión del apocalipsis, lo distópico de lo distópico.

Algo se vive y se goza aun así acá, tan lejos y tan cerca de la cosmopolita zona Centro. Desde acá propondremos atisbar cada lunes al testimonio de personajes y a algunas experiencias inefables en esta región tan estigmatizada (como en este texto) y pletórica de algo que decir, para quien lo quiera escuchar, leer, deglutir, y hasta vomitar. Se trata de que lo exótico y lo crudo no nos sea extraño, se trata de hacerlo propio, de mirarnos ahí y reconocer que hay algo más acá, porque de acá también somos nosotros, ¿que no?