sábado, 26 de junio de 2021

COMPARTO UNA HISTORIA ABIERTA, DE LUCHA Y DIGNIDAD A TODA PRUEBA

 I. Ayeres sin promesas

Mamá está atravesando por una prueba más, tal vez la más difícil batalla ahora en la octava década de su vida.

En su niñez mamá conoció las calles de esta Ciudad, que entonces sí eran de esperanza, mientras hoy son de horror, dolor y furia. Vagaba libremente por la Roma y alrededores con hermanos y pandilla, mientras Victoria, mi abuela, lavaba y planchaba en casas del rumbo. Mamá también trabajó desde muy joven y supo lo que era recorrer a deshoras en los camiones (nadie les llamaba autobuses) la Ciudad, desde el Centro hasta el entonces lejano Tacubaya. Luego años en el negocito familiar, la Lonchería Cristy, auténtica empresa femenina, fundada a mediados de los 60 del siglo pasado por la abuela Victoria, mi tía Toña y mamá, Dolores, Lolita, Lolis.

Tras casi 20 años, entre crisis económicas y vaivenes de la vida en el rumbo de Tacubaya, a mediados de los ochenta cerraron la lonchería y mamá trabajó en hogares de Narvarte y la Del Valle, entre otros rumbos. Para los 90, gracias a mi hermana Cris, mamá tuvo por primera vez seguridad social y cuando Cris falleció intempestivamente, dejó una modesta pensión para mis papás y un hueco inmenso en sus vidas. Yo ya era un vago.

Mamá ha superado la pérdida de esa hija adorada, un par de años después del no menos doloroso deceso de su madre, Victoria. Superó también la psoriasis, la artritis reumatoide (que nunca ha dejado de causarle dolor), la hipertensión, distintas intervenciones quirúrgicas por males gastrointestinales, y los estragos de una vida de intenso trabajo de cuidados, como ama de casa y como trabajadora en hogares. Hasta hace tres años ella todavía se hacía cargo de papá, quien de la vitalidad y la vagancia (al fin ancestro) pasó a un progresivo deterioro que se prolongó poco más de tres años. Antonia y ella han sido dignas herederas de la fuerza de mi abuela Victoria.

El encierro y aislamiento por la pandemia tuvieron un respiro en abril, con una pequeña reunión familiar aprovechada para festejarle a mamá su 82 aniversario, que había sido en marzo. Ya vacunados los mayores, la ilusión de esos días era que pronto podríamos recuperar sin excusas ni temores esos ratos, para gozar alimentos, bebida, charla de los vaivenes de la vida y la compañía de las personas más amadas, la invocación y el elogio de las insustituibles ausencias, para consagrar la felicidad de estar juntos…

II. Horrores de hoy

Este martes 4 de mayo, mientras la ciudad y el mundo atestiguaban los horrores de esta Ciudad que cae a pedazos sin que nadie se haga responsable, alrededor de las dos y media de la tarde mi tía Elo, concuña de mamá, con quien comparte una sección de la casa que habitan, me avisó que mamá no había seguido su rutina del día: levantarse alrededor de las 8:30, cumplir su sagrado ritual del baño, prepararse algo de desayunar y hacer limpieza y labores de su casa. Al ir a verla a su habitación la encontró sentada en ese sillón reclinable que compré para papá y que ella rara vez usaba. Casi no hablaba y estaba triste, llorosa, me contó mi tía. Mamá no quería que me llamara, ni a mi tía Toña (típico de esas mujeres que nunca quieren dar molestias), pero ante la situación decidió comunicarse conmigo.

Escuché a mi tía Elo, y hasta aventuré (yo que soy un escéptico incorregible) que por alguna extraña conspiración del universo mamá y yo estábamos conectados en un ánimo depresivo, ella por los líos familiares, yo por mis baches laborales, de vecindad, de grilla, de desencuentros con amigos, amigas, mujeres… pretextos para arrojarme a esos abismos no me faltaban ese día, tal vez solo necesitaba evadir otro que aparecía...

Sugerí a mi tía Elo que no se espejeara en la tristeza de mamá, que la convenciera de que comieran juntas, como hacen habitualmente, y le insistí en que seguro mamá tenía algún nudo por asuntos conmigo, o con la familia. Ya más tranquila, mi tía me dijo que me llamaría si mamá no mejoraba.

Alrededor de las cinco y media de la tarde mi tía Elo me llamó aun más alarmada. Mamá no podía levantarse y tuvo que pedir ayuda a un vecino para pasarla a la cama, no podía hablar, y seguía muy triste. Terminé de comer (por fin me había puesto a preparar algo, creo que ese día sólo había tomado un café…), me di un baño (no iría mugroso a ver a mamá, por más que la depresión y la higiene personal no se llevan), y salí para ir a verla. Llegué cerca de las nueve de la noche, el cuadro fue desolador. Mi tía Elo angustiadísima, mamá acurrucada en la cama, muy llorosa, balbuceando ininteligiblemente y sin poder mover la mitad del cuerpo. Supe que era un daño neuronal.

Llamé a mi primo Memo para que me ayudara a trasladarla a la clínica del Seguro Social, pero sabíamos que ahí podrían pasar más horas antes de que la ingresaran y valoraran… me envió un médico a la casa, que llegó cerca de las once, y con mucha amabilidad, tras preguntarnos todo lo que ocurrió y auscultarla, confirmó: EVC, un infarto cerebral.

El médico sugirió trasladarla a un hospital para valoración urgente y detallada del daño, y eventual revisión por un neurólogo. Al llamar a Memo, me pidió que la lleváramos a un hospital particular para que se procediera con agilidad. El doctor pidió una ambulancia, y pocos minutos después de media noche mamá ingresaba a urgencias. Las preguntas de rigor, el papeleo, el pago por ingresar, y la advertencia de los médicos de que el pronóstico no podía ser optimista…

Tras los análisis se confirmó el daño cerebral y que por lo demás mamá goza de una salud envidiable… el médico internista explicó que ya ahí no podrían hacer nada, y lo mejor sería acudir con un neurólogo para que formulara tratamiento especializado. Me dieron la prescripción de medicamentos, Memo pagó la cuenta (la bendición de que en la familia hay personas solventes, no como yo que ando sin un clavo) y casi a las cinco de la mañana del miércoles estábamos de vuelta instalando a mamá en su habitación.

III. Pronóstico: seguir sorteando horrores

Adaptarse a la condición inesperada de mamá, que se valía completamente por sí misma a sus 82, y lograr cita con el neurólogo fueron tareas prioritarias de ese día después. El neurólogo repasó el caso, especificó que el daño motriz requeriría terapías físicas muy especializadas, que había posibilidades de mejora, aunque probablemente nunca recuperará bien el habla, y que para la atención subsecuente resultaría más conveniente acudir con otra especialista, neuróloga vascular, para quien pidió tomografías craneales y estudios cardiológicos. Programar los análisis ha sido complicado, pero ya las tomografías las tomaron ayer, sábado 8 de mayo, y pudimos programar los otros estudios el próximo sábado 15. Hay que hacer cita con la especialista.

Así estos días tristes, horribles, cuando parece que a cada paso acecha la desgracia. Pero me consta que así se siente tanta gente al ver los desastres que, de alguna manera, todos venimos sorteando. Dicen que al perro más flaco se le cargan las pulgas; yo ni estoy flaco, y creo que a todos les constan las pulgas que me cargo… pero vaya que me siento puesto a prueba. Vaya que todos quedamos a prueba.

Mientras mamá, igual que mis tías, igual que Victoria, nunca se rinde. Busca darse a entender con las escasas palabras que logra articular, intenta acomodarse en la cama, en la silla, colabora cuando hay que cambiarla de ropa, bañarla; sonríe y desde luego, se desespera, llora, y solo puedo acompañarla llorando igual, recordándole que ella siempre ha salido adelante, y que tengo la convicción de que lo hará también esta vez. Esa fuerza de nuestras madres, de nuestras mujeres invencibles, es la que realmente mueve al mundo.

Gracias por tu ejemplo, tu cuidado, tus enseñanzas, tú que solo llegaste al tercer año de primaria, gracias por tu amor infinito mamá. Gracias también al universo y a la vida porque sigues conmigo, porque saldremos de ésta.

Publicado originalmente en FB, el 9 de mayo de 2021. https://www.facebook.com/photo?fbid=4093736927336508&set=a.165704476806459

 

 

 

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