viernes, 25 de febrero de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas Me voy pa’l norte (o pa’onde se pueda)

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 6 de julio de 2021)


Origen es destino, o no

Tenemos esa convicción casi innata de que algo nos marca de por vida, que en cualquier momento se va al extremo opuesto de pretender que somos arquitectos de nuestro propio destino. Cuando las cosas salen bien, todos felices y contentos. Cuando las cosas salen mal, horrorizados clamamos ¿cuándo se jodió todo? ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Dios, por qué me has abandonado? ¿Quién me está saboteando?

Somos polvo de estrellas y a ellas volveremos (me gusta recordar que eso me enseñó apá antes que fuera lugar común), en algún punto de la eternidad. En la escala de los siglos pretendemos que hubo alguna fundación y ciclos que renovar… transformaciones que cumplir, el tránsito de nuestras efímeras vidas apenas da para un suspiro por todo lo ido y todo lo que no será… ¿Dónde quedan las magníficas ilusiones de juventud?

Provengo de un matriarcado orgulloso y potente, que he venido reconociendo con asombro y gratitud. Pero tras de eso el hombre itinerante, explorador, indomable, con el que me asombraba recorriendo la ciudad hace casi cincuenta años, queda eclipsado. Recorrer aquella urbe setentera que retrata Roma era evocar más la Daniel Garza, El Chorrito, Tacubaya, Tacuba, Azcapotzalco, La Petrolera, esos barrios en los que residimos y desde los que el extraño oficio de mi papá exigía ir lo mismo al Centro, a la Guerrero, Neza, la Aurora, Ermita Zaragoza, Pantitlán, Xalostoc, Tulpetlac, que a Paseos del Pedregal, Fuentes, Aragón, Jardín Balbuena, Narvarte, Del Valle, cualquier parte.

De ese origen de vagancia ya no me pude desprender y el encierro va contra mi naturaleza, pero acá ando, retornando al origen y encerrado en el laberinto del incierto futuro de este país que se sigue haciendo adicto a la desgracia.

 

Retorno al oficio del asombro

2020 nos partió a todos cualquier promesa de certidumbre y estabilidad, pero no a todos nos está pasando la factura de la misma manera. El exilio del amor, del ingreso estable o casi estable, de las vagas perspectivas de algún futuro, sobre todo para los vapuleados jóvenes y para las mujeres a cargo de sus familias, de cierta esperanza en los recambios políticos (que muchos se niegan a admitir aunque ya se exilió desde hace un rato), la pérdida de las ilusiones, de la inocencia (aunque nadie sea inocente), de la serenidad, del sueño, en el mejor de los casos queda en sorpresa, incluso asombro. Pero en muchos casos, va de la ansiedad al horror, por todo lo perdido en bienestar y en seres queridos. El dolor es inconmensurable.

En la vorágine del retorno al viejo hogar, en el norte, en Azcapo, a la limpieza y los cuidados, a una especie de responsabilidad paterna que siempre evadí, a un encierro que es más personal que físico, más para seguir replanteando todo, sin solución posible, que simplemente estar en esta viejísima casa que hace veintiún años creí que ya no volvería a ser mi hogar, pues el oriente, Iztapalapa, era el desafío. Todo sea por la búsqueda de alguna paz que a fin de cuentas ya no parece posible, y tampoco importa.

El asombro es este gusto por la interminable tempestad que mueve mi corazón. ¿Qué tal si ese es el destino?

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