viernes, 25 de febrero de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas ¿Cómo hemos llegado a esta sucursal del infierno?

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 19 de julio de 2021) 

 

Todos somos responsables, nadie es inocente (igual, a nadie le importa)

Procrear es la pulsión de la naturaleza para persistir como especie, y en tiempos civilizados se trata de que sea una decisión libre, informada y voluntaria la de tener o no tener descendencia. Derecho a la vida a secas para algunos, derecho a una vida digna y con acceso a derechos, replican muchas otras. Nadie sale vivo de acá y las oportunidades para ser felices o desgraciados se distribuyen de maneras misteriosas e insondables. Depende principalmente de dónde y con quiénes te toco llegar, aunque nuestro proverbial echaleganismo dicta que si le atoras la haces.

Que eso no funcione para jornaleros agrícolas, indígenas, trabajadores de la construcción y trabajadores manuales en general, para millones que cuando niños nunca conocieron una escuela digna ni algo remotamente parecido a educación de calidad y capital cultural alto, para los millones que todos los días se la parten y de cualquier modo sus ingresos siempre están por debajo de sus necesidades de subsistencia, aunque algunos cuantos de ellos ya ostentan grados académicos y hacen malabarismos con el privilegio de diversos contratos temporales, pues es porque hay que seguir echándole ganas…

La violencia se ceba con los más vulnerables, los más débiles, mujeres, indígenas y minorías étnicas, adultos mayores, personas con discapacidad, niños, niñas, adolescentes, jóvenes… porque se vuelve estructural y ocurre en barrios, en centros de trabajo, en escuelas, y por supuesto, en el hogar.

 

Lasciate ogni speranza

Hace alrededor de 30 años, en la estación Tacuba del metro, dirección El Rosario, vi alguien que me impactó. Eran más de las once de la noche y en el andén desolado una niña, tal vez de unos 11 años, muy esbelta, pálida, con una falda recta, suéter ligero, calcetas cortas y tenis, un morral tejido de lana, muy de aquellos años, prendas gastadas pero limpias, los brazos cruzados y un gesto duro, una mirada que rayaba en la furia. Creo recordar que cuando bajé en Camarones, destino de siempre en aquellos años, ella siguió en el vagón casi totalmente vacío. Es posible que simplemente ya no la haya visto.

He visto numerosas escenas conmovedoras y desgarradoras por igual de niñas y niños en el transporte, pero nunca vi nada parecido, la imagen misma de la soledad, del valor de arreglárselas por sí misma, de una actitud tan lejana al temor o a la simple tristeza, pero a la vez tan representativa del abandono.

A tantos años de distancia, hoy se cuentan por miles los niños, niñas y adolescentes que por tantos lugares en el mundo, todos los días, atraviesan distancias inmensas sin ninguna compañía, sin otro anhelo que llegar a un lugar distinto al infierno que decidieron dejar atrás.

No sabemos sus historias por más que podamos especular sobre sus motivos, sus temores, sus afectos, sus dolores, sobre esos anhelos por arribar a alguna promesa de futuro. ¿Quiénes de ellas y ellos lo lograrán? Siguen siendo anónimos, como aquella niña de hace tantos años.

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