lunes, 28 de febrero de 2022

Exotismos y crudezas chilangas Volver en verano, glacial como un invierno

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 2 de agosto de 2021)

“Me gusta andar, pero no sigo el camino pues lo seguro ya no tiene misterio/ Me gusta ir con el verano muy lejos, pero volver donde mi madre en invierno/ Y ver los perros que jamás me olvidaron y los abrazos que me dan mis hermanos

Me gusta, me gusta”

 

Formas del día a día

Cada día nos sometemos a nuestro propio ritual de afirmación ante el mundo. Tras un sueño que pudo ser apacible y reparador, o turbulento, intermitente, pesadillesco. Desactivar el despertador o anticiparlo, o tener el control de la hora de despertar por hábito, por disciplina. Ya cualquiera de estas posibilidades prefigura el primer pensamiento. “Mmm… ¡Arriba!... OK, diez minutos más…” “¡Maldición no! ¿Tan pronto?” “Tanto por hacer hoy…” “Veré a mi amor ¡Sí!” “Está nublado, no debería salir…”

Tal vez poner las noticias en radio o TV, atisbar redes y mensajes en el móvil, saludar a quien comparte lugar y vida, o escabullirse para no hacerlo, o afrontar que no hay nadie más en casa, el baño, el café, el desayuno, y así, las posibilidades de cada día son incontables, pero cada uno de nosotros conoce las propias… ¿O nos ocurre que nos preguntamos “dónde estoy”? “¿Qué hago aquí?

Esas certidumbres elementales se han vuelto dudosas en tiempos de riesgos, de violencia acechante. La integridad personal, la disponibilidad de un ingreso regular, la salud, la llegada a salvo al centro de trabajo, a la escuela, a una cita cualquiera, el retorno con bien al hogar (¿alguna molestia, algún síntoma?) Todo esto linda con una amenaza constante, en tantos lugares, para tantos compatriotas. Pero hay que seguir aunque el miedo invada, domine, paralice.

 

El verano que congela el corazón

En los ocasionales ires y venires del norte al oriente de esta ciudad de furias he observado la procesión de pregoneros que abordan esa ruta de autobuses que me mueve entre Azcapo y el transbordo en Canal del Norte. Ese payaso que he visto hacer casi el mismo sketch al menos media docena de veces, ¿lo verán diario los pasajeros que sí transitan ahí cotidianamente? Su truco de ilusionismo ha variado, con mayor o menor fortuna, pero el repertorio de chistes ya es como ese paisaje sonoro de los tamales oaxaqueños o el de “se compran, colchones…”

El barroco discurso de los vendedores de golosinas también implica toda una narrativa, una indumentaria, esa escenografía rodante, cruda, indiferente, resignada a ritual sin asombro. Un saludo, una petición de recibir la muestra de esa golosina en irresistible oferta (que pocos aprovechan), un agradecimiento por la remota atención recibida, una despedida… y sobrevivir así porque hay que vivir al día y la disyuntiva a infectarse es no tener con qué comprar la comida del día… y perder el lugar del que hay que darle cuentas a quienes regentean ese recorrido. ¿Hay algo que se esté transformando para ellos? ¿Hay algo que no se nos pudra a todos en el alma?

El camino es así todo misterio. Atravesamos, con todos esos personajes en supervivencia, un crudo invierno que ya está aquí y petrifica todo, sin tregua. Nos aferramos a continuar con las certidumbres que ya no existen, pero sin las cuales ya no somos nada. Habrá que refugiarse bien, recomponerse, entenderse, abrazarse, reencontrarse. Será un largo invierno.

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