martes, 1 de marzo de 2022

Exotismos y crudezas chilangas Oficio de piromanía

 

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 9 de agosto de 2021) 


En la noche de San Juan / Cómo comparten su pan / Su tortilla y su gabán / Gentes de cien mil raleas / Apurad / Que allí os espero si queréis venir / Pues cae la noche y ya se van / Nuestras miserias a dormir

Vamos subiendo la cuesta / Que arriba mi calle / Se vistió de fiesta”

 

Testimonio de vagabundo

El fuego fue sin duda componente del éxito de nuestra especie. Una antorcha, una hoguera, un fogón, un crisol, una explosión controlada: en todas partes hemos prosperado con el dominio del fuego.

Allá en los alrededores de San Juanico Nextipac todo el verano, prácticamente desde fines de junio hasta bien entrado septiembre hay intenso sonido de cohetes, y los fines de semana se suceden las festividades patronales en las numerosas parroquias. La complejidad de la fiesta, sus compromisos, sus usos y costumbres, su organización, es patrimonio de mayordomos y personalidades que detentan el arraigo ahí donde, hasta hace unas cinco o seis décadas, todos esos alrededores todavía eran huertas, milpas, y hasta algunas chinampas que rememoraban los últimos vestigios de un canal de la viga entubado hacia la década de los 30 del siglo pasado.

Acá en Azcapotzalco la única parroquia cercana al hogar al que he retornado es San Mateo y no tengo memoria de la vivencia de los cohetes. Tan me es ajena, que tampoco conozco testimonio alguno de cómo era la vida acá antes de la expansión urbana a partir de los 60-70. Eso sí, cuando atravesaba San Juan Tlihuaca en bici hace pocas semanas, el aroma a establo sí me transportó a mis días de infancia en el rumbo.

 

Tradición contra adversos

Las fiestas patronales de los barrios son una tradición viva. Acercan a la gente, le dan identidad y pertenencia, aunque sea por unos días, en esa convivencia en los juegos mecánicos desvencijados, puestos de comida de todo tipo, consumo cada vez menos soterrado de alcohol, procesiones, bailes, bandas, y la multitud desbordada (el Covid qué) retorna a la calle en la fiesta.

Recientemente observé en redes una enconada disputa que ilustra bien el explosivo ánimo que vivimos en el espacio público. Personas que se quejaban de las molestias que les causan a ellos y a sus perros el escándalo de toda la pirotecnia que no para de reventar durante las fiestas patronales, con severas consecuencias de insomnio, ansiedad y otras diversas para la salud física y mental. El tono iba desde las explicaciones detalladas sobre dichos malestares hasta las más procaces ofensas.

Las réplicas también en todos los tonos, defendían la importancia de la tradición y alegaban que quienes han vivido en el pueblo y alrededores por generaciones no tienen ninguna queja al respecto. La sugerencia concreta es: si no le gusta el ruido de la fiesta patronal, váyase a otra parte.

¿Qué ocurre cuando nuestra fascinación con el fuego se sale de control? A mí me asombra cómo nos hemos resignado a perder el agua, el suelo, la posibilidad de cultivar y criar nuestros animales para tener una alimentación más sana, cómo seguimos empacando todo en plásticos de un solo uso, cómo desdeñamos caminar y andar en bicicleta, en la avidez por el asfalto y los autos, mientras podemos enfrascarnos en atacar o defender los cohetes.

El incendio avanza, pero seguimos mirando a otra parte.

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