jueves, 3 de marzo de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas Territorio de demonios, aspirantes a santos

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 24 de agosto de 2021)


Las guerras por el pasado

La memoria se ha convertido en territorio de disputa. A fin de cuentas damos por hecho que la historia la escribieron los vencedores y que no aprendemos gran cosa, repetimos errores del pasado, tropezamos con las mismas piedras, retornamos como en círculos a lo viejo, a lo conocido. No se trata de seguridad ni de lo que ahora llamamos zona de confort. Se trata de que experimentar algo nuevo o diferente también termina resultando desastroso. ¿O será que ni era tan nuevo ni tan diferente?

Apenas hace diez mil años la cuenca del lago y sus afluentes era un paisaje en el que nuestros ancestros cazaban, pescaban y recolectaban coexistiendo con una exuberante flora y fauna, un edén donde seguramente la bestia más formidable era el mamut.

Pero en algún momento hace aproximadamente cuatro mil años la agricultura, la organización con sus consecuentes atisbos de técnica, lenguaje, arte, cultura dieron origen a un complejo mosaico de civilizaciones que fácilmente idealizamos con representaciones de portadores de taparrabos, plumajes, collares y cascabeles; pero de los que poco profundizamos en sus disputas y conflictos. Ese mundo nada tuvo de idílico. Simplemente ya era tan civilizado, o tan salvaje, como el de hoy.

Las civilizaciones prehispánicas, la renegada Nueva España, el volátil México independiente, el de la Revolución aún más renegada (en esa medida tan fallida), el del creciente desencanto que venimos padeciendo desde mediados del siglo XX para acá, es ahora territorio de interpretación, de disputa, de nostalgia, de sinsentido, de despropósito. Nuestra confusión es de dimensiones cósmicas.

 

El horror por el porvenir

Esta ciudad de caos y furia es digna representante de esa confusión. Aquí nos tocó vivir, dice el lugar común. Ciudad construida sobre el lecho de un lago que cada año reclama su espacio, suelo que demuestra que los desniveles, hundimientos y efectos en los sismos no son un capricho de la naturaleza, sino la factura de haber atentado inmisericordemente contra ella. Traza urbana que resultó de ese demencial y caótico desarrollismo que en las zonas más privilegiadas produjo algún tipo de armoniosa traza, en perpetuo deterioro, y en las zonas más populosas y depauperadas se expandió como los demonios mejor inspiraron a los pobladores.

De nuestro pasado reciente nos embelesamos con la música y los sentimientos que hace estallar, el cine y sus ídolos, la televisión y sus estrellas, los recorridos por calles, plazas y parques que o ya no existen o se han vuelto tan irreconocibles entre la decadencia o las dudosas rehabilitaciones, las sensaciones y los recuerdos que se nos desvanecen como lágrimas en la lluvia, la pretensión de un formidable pasado perdido que nos deja una sensación de presente vacío, de futuro muy oscuro. ¿A quién acudir para que responda por esto?

El futurismo ya se desborda, para concentrar en algún tlatoani ese poder de prometer futuro, de proveer alguna vana esperanza. Seguimos aspirando a algún tipo de redención en esta tierra, pero seguimos exigiendo que alguien nos la conceda. Tal vez estamos tan desprovistos de futuro porque no acabamos de conjurar esos demonios que nos pueblan a todos y cada uno de nosotros.

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