miércoles, 23 de marzo de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas Homenaje a quien Nadie va a Recordar

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque, el 9 de noviembre de 2021)


“Ahí me contó cómo había olvidado todo su pasado para poder inventarse cada día uno distinto; hasta el día que recordó que alguien se había quedado a la entrada de un edificio y pensó que ese alguien podía ser el último que le inventara un pasado de verdad, algo que recordar y algo que esperar, aunque lo que se esperaba fuera sólo que hubiera alguien a quien recordar y a quien se quisiera ver después, aunque fuera sólo una vez más.”


Sin memoria somos nada. Pero la memoria es frágil, falible, tramposa. Así que da demasiado margen para inventar. Pertenezco a esa Generación X que renegaba de los melcochosos, jipiosos y revoltosos años sesenta, que padeció el mal gusto, las violencias y los desencantos de los años setenta, y que se envaneció del peor gusto, los espejismos y las arrogancias (Hi Ronald!! Hi Maggie!! By the way, acá hasta tuvimos un émulo de Quetzalcóatl…) de los ochentas. Se puso de moda el posmodernismo y los anacronismos Cyberpunk de Blade Runner se nos infiltraron en el imaginario, en lo simbólico, en lo que podíamos afrontar como lo real, como algún tipo de neta de la neta. ¿Y qué? Éramos jóvenes, bellos ambiciosos, ilusos, como se suponía que tienen que ser todos los jóvenes ¿qué no?

Pero nuestras manías por la melancolía y los tiempos idos, perdidos, nos confrontan con nuestra fascinación actual por los ciclos decolonializados en donde la reivindicación de la sabiduría y el colorido ancestral se transfiguran ahora en espectáculos de ruido, luces, cartón piedra, concheros y otras galas absurdas en el Zócalo. El señor tlatoani y su favorita nos enjaretan así su visión del universo tetratransformado. Algo habremos hecho, o dejado de hacer, para merecer semejante bodrio.

Traemos tan brújula la chueca que aceptamos que la austeridad es una política progresista, que elevar impuestos es innecesario: bastan la honestidad y la eficiencia, así como la entrega directa de dinero para el pueblo bueno y sabio, que instituciones fuertes de salud, educativas, culturales, científicas, de atención y cuidados son inútiles y reservorios de la corrupción. De las instituciones autónomas bajo asedio y la vapuleada sociedad civil, mejor ya ni hablamos. Aceptamos una idea del desarrollo que es una mala calca del más rancio nacionalismo revolucionario. Claro, solo los conservadores no lo aceptan, no lo entienden.

Evidentemente nuestra memoria es tan turbia, tan corta, que obnibula nuestra comprensión del presente e impide proveer de sentido para aspirar a un futuro otro. ¿Para qué necesitamos ciencia y tecnología si tenemos un legado hipermilenario?

El futuro ya nos rebasó, desde hace algunitas décadas. Pero en efecto yo me sigo regodeando de cuando sufrí por Beatriz, que me regaló sus besos unas semanas durante el crudo invierno del 89 (el fin del mundo bipolar qué), dudando de las inasibles peripecias con aquella chavita atormentada que podría ser la madre de mi última crush, maravillándome de los desconcertantes, intermitentes recreos con esa excondiscípula que se esfumó,  sorprendiéndome del inverosímil ciclo con Maricarmen en el verano del 96, que fue una especie de Interstate Love Song, aunque se selló en una conveniente Summer Elegy… asumiendo que a fin de cuentas huí de la certeza, de la estabilidad, esas dos ocasiones, con mujeres extraordinarias a las que, de algún modo, Toni salvó de que permanecieran en mis garras… entre otras obsesionantes de las que sigo haciendo mi arqueología de desencuentros…

Así que a conjurar esos fantasmas y demonios. El futuro tiene que ser muy diferente.

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