jueves, 24 de marzo de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas El indeleble sabor de la derrota

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque, el 16 de noviembre de 2021)

 

“Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma, sorprendentes y auténticas noticias de ti misma. / Te puedo dar mi soledad, mi tiniebla, la sed de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota.” JLB


En un artículo, G. Fadanelli arrojó ayer: “La utopía ha dejado de cumplir su papel de horizonte, de oriente romántico que inspira a tomar camino, y se ha cristalizado, inmovilizado en su concepto de no lugar. Los enfrentamientos políticos alejados de la concordia, el crimen constante, la corrupción en casi todos los órdenes civiles, el cinismo ante el contraste económico; todo esto que se implanta como destino o vida cotidiana en la población, sumado a la carencia de materia humana capaz de consolidar una utopía orientadora, me dice que no veremos, sea la que sea nuestra edad, alguna clase de sociedad convivencial y digna de una utopía realizable.” No puedo estar más de acuerdo.

¿Es este el No Lugar al que estamos condenados? ¿No hay quienes atisben alguna remota capacidad de consolidar alguna Utopía orientadora?

Acá he mencionado alguna ocasión que para millones de compatriotas, especialmente para las mujeres, eso que llamamos hogar es si acaso una prisión amenazante, sin opciones para zafarse. Sabemos perfectamente que la educación poco tiene que ver con eso que heroicamente intentan hacer miles de docentes que cumplen sus obligaciones como mejor pueden. Típicamente el trabajo es un espacio de frustración y abuso que se tolera porque de algo hay que vivir.

En el barrio la convivencia se reduce al chisme, al regodeo en los tropiezos y derrapes del momento, a las quejas contra todas esas calamidades que Fadanelli sintetizó al resumir esa utopía que ya no veremos.

Ante semejante sustrato, seguimos normalizando la violencia de las relaciones tóxicas, del maltrato a y entre los niños, de familias enganchadas en conflictos legendarios, del desdén por las inquietudes y necesidades de las juventudes, de la incompetencia absoluta de la clase política que cada día se regodea en un espectáculo más y más lamentable (los pasteles y los tacos de canasta no tienen la culpa), de todos los tipos de abusos que ya a nadie sorprenden. Ese veneno nos viene dejando sordos, ciegos, confortablemente insensibles. Desde hace varios años me he convencido que vivimos en una especie de nación de zombis.

Y acá sobrevivimos aspirando a salir de esta caverna nada platónica, donde reímos para no llorar y enloquecer, amamos de una forma muy cercana al odio (nomas veamos las cifras de feminicidios…), soñamos sin percatarnos que esos sueños fácilmente se tornan pesadillas, rehuimos y desconfiamos de la disidencia, de la más elemental crítica, intentamos marchar tirando palos de ciego, sin ninguna guía que oriente.

Atravesamos tiempos oscuros, babélicos, apocalípticos. Decía Borges que nos han tocado, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir. Ahí el desafío. Desde el inmemorial desastre que venimos acumulando, recuperar las fuerzas y echar una mirada otra al futuro. Vivir, gobernarnos, amar de otra manera. No sabemos cuál, ni nadie lo sabe.

El único modo es intentarlo, entre todos, y aprender. Con incertidumbre, con peligros, seguramente con más derrotas.

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