miércoles, 2 de marzo de 2022

Exotismos y Crudezas chilangas Elogio del olvido (imposible)

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 17 de agosto de 2021) 

 

¿A quién le importa la verdad? Lo que importa es esa versión de la historia que nos interesa creer.

 

Recordar es volver a vivir

Es inevitable que nos sorprendamos de la inocencia y la vivacidad de niños y niñas, de las personas sencillas, humildes, mayores, hasta de nuestros animales de compañía. Nos gusta compartir la experiencia de la sabiduría y entereza de personas que sufren pérdidas irreparables, que se recomponen ante las infinitas adversidades, que ante la tentación demuestran sentido de la ética, que desinteresadamente brindan solidaridad y ayuda, que nos aportan un ejemplo que arrastra. Atestiguar esto nos alimenta la esperanza y el gusto de convivir con los semejantes.

¿Podemos recordar sin un profundo suspiro esa ocasión, esa sensación, que nos sorprendió gratamente, que nos hizo sentir un vínculo, un flashazo de la más simple felicidad? Así un aroma nos remite al delicioso bocadillo que nos preparaba mamá, o la abuela (¿arroz con leche? ¿Bolillo con cajeta? ¿Pasta? ¿Empanadas? ¿Qué plato favorito?). Del sabor ya ni hablar. La voz de mamá, de papá, el sonido de una fuente, de los árboles cuando los acaricia el viento, de los organilleros, de los afiladores, de los carritos de camotes, siempre y cuando no sea demasiado cerca, del camión de la basura… (no ese no, nos dan ganas de escondernos debajo de la cama para no tener que salir a tirarla…), los amaneceres y las tardes en que el barullo de pájaros en parvadas simulan un edén que nos permite olvidar el infernal ruido del tráfico y el ajetreo de esta urbe, ¿o qué otro sonido de la ciudad nos conecta con una infancia feliz? Estoy hablando desde luego de esa prehistoria cuando eso de los tamales oaxaqueños o se compran colchones, refrigeradores etcétera no machacaban por prácticamente todo el territorio nacional…

Recíprocamente la luminosidad de un atardecer, de un amanecer, cruzarse con esa mirada que por primera vez nos estremeció en cierta calle, en cierto rincón, cierto día a cierta hora, aunque ya sea dudoso que haya sido exactamente así… esa caricia que nos dio plena conciencia de que la cercanía puede y debe ser tan placentera, tan hermosa.

 

Morir de olvido

En algún momento todo acaba. Ya no llega esa respuesta, esa llamada, esa frase que le daba sentido a todo el universo. Volver a pisar ese rincón, acercarse a esas calles, cualquier sensación próxima a esa pérdida ya significa dolor. Cualquier nobleza, cualquier sonrisa, cualquier alegría ya queda desterrada cuando allí ha estallado eso que nos empuja a pensar que sería mejor morir.

Nos congratulamos de lo feliz y lo hermoso, porque es precisamente lo que nos impulsa a vivir. Pero mantenemos una relación vergonzante con el duelo, con el dolor, con el trauma. ¿Por qué? La sensación de caer en un abismo interminable es de suyo destructiva. Sin alguna red de apoyo y protección es simplemente fatal. Sentir vergüenza de la rabia y la tristeza propia o pretender que los semejantes o los cercanos mitiguen por pura voluntad las penas que atraviesan expone nuestra difícil relación con éstas.

Embriagarse sirve. Llorar todo lo necesario sirve aun más. Hablar con quien nos sabe escuchar, sin alimentar ni resentimientos ni rencores, es lo que realmente salva. Salir del abismo recuperando todo lo que hubo de hermoso antes del dolor, es ser capaces de volver a vivir.

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