miércoles, 16 de marzo de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas Vecinos ¿Vigilando? I

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 19 de octubre de 2021)

“Yo sé bien que no me la merezco porque, en resumidas cuentas, no soy nadie, pero le ofrezco todo mi cariño, y todo mi trabajo.” Lupe López, Salón México

 

Buscando al héroe

En Salón México (1948), Lupe (extraordinaria caracterización de Miguel Inclán) transita de la imagen del policía humilde, mosqueado, feo, taimado, potencial extorsionador, a la del héroe trágico, de un romanticismo casi intolerablemente melifluo, tal vez por ello conmovedor y, en esa medida, efectivo. Más allá de que la nominación a un Ariel por coactuación se la llevó Rodolfo Acosta (el impresentable Paco, vaya tocayitos que me tocan…), y que el galardón por actuación sí lo obtuvo Marga López (soberbia en el papel de Mercedes), el periplo de ese policía casi arquetípico salta desde los primeros minutos de este clásico del cine nacional de la ralea más cruda de un agente del orden, a los vuelos del más ferviente enamorado.

La clave es ¿Por qué Lupe acude al portón del exclusivo internado en el que estudia la hermanita de Mercedes, en mano la cartera que ésta arrojó al huir de ese decrépito hotel, donde Paco se había ocultado en brazos de otra mujer de la noche, tras recuperar el monto del premio del concurso de Danzón? Las intenciones de Lupe no eran precisamente nobles. La transformación del vulgar policía en devoto absoluto de esa mujer saturada de misterio resulta simplemente milagrosa.

El problema es que los milagros solo ocurren en las películas, ¿qué no?

Mercedes es la damisela a la que hay que salvar de su destino trágico, de esa condición reprobable que es indispensable ocultar. Hasta Paco es capaz de pretender olvidar las afrentas con tal de que la fémina de rutas turbias huya con él tras perpetrar un golpe decisivo…

 

Topando al villano

Entre el caos, el vacío, el sinsentido de tanta violencia, intentamos refugiarnos en los espejismos de alguna época dorada que nunca lo fue, pero preferimos creer que podremos recuperarla. En este gran salón cada quien porta sus anhelos y terrores en indumentaria de baile, de celebración, de sacrificio ritual.

Ante la inoperancia de autoridades ausentes, ante la corrupción desatada, ante la impunidad rampante, ya a nadie sorprende que ocurren linchamientos de presuntos infractores. Acá en mi barrio ya se cumplió el ritual de colocar mantas con la advertencia “Zona protegida por vecinos vigilantes ¡Cuidado! Te estamos observando. Si te sorprendemos, te atienes a las consecuencias.” En una asamblea de la colonia una mujer mayor elogió que en alguna colonia aledaña, cuando se activa una alarma, la gente sale de inmediato con palos para defenderse. Acabo de charlar con un vecino que afirma rotundamente que sería preferible que la gente anduviera armada para defenderse…

Me surge la sensación de que estamos en plena regresión a la barbarie.

Aquel México bronco, salvaje, donde el 15 de septiembre, las festividades navideñas, cualquier celebración, terminan siendo la máscara, la huida de tantos horrores, miserias y dolores acumulados, no deja de resultarnos hoy harto familiar. ¿Viene empeorando? Parecemos festejar interminablemente que no hay nada que festejar. Ese retrato de hace setenta y tantos años que aparece en Salón México ya no existe y, sin embargo, tantas veces parece nunca haberse ido, parece un interminable Deja Vu. ¿Seguiremos girando eternamente en torno a las mismas obsesiones?

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