lunes, 21 de marzo de 2022

Exotismos y Crudezas Chilangas Ante la Jerarquía… o ante la Anarquía

(Publicado originalmente en Gaceta del Parque el 2 de noviembre de 2021)

Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le pide ser admitido en la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre se queda pensando y pregunta si es que podrá entrar más tarde. —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.

F. Kafka.

 

Esta pesadilla con visos de bacanal interminable llamada México tiene una proverbial relación turbulenta con el orden, con la ley. Nos pavoneamos de nuestra vocación de desmadre incontenible, alegría desbordada, pachanga estrepitosa, júbilo incluso ante la más terrible adversidad. Será por eso que sobrevivimos a las descomunales contradicciones que afrontamos.

Nuestra irresponsabilidad institucionalizada nos permite aspirar a que sea el mandamás, el caca grande, el mero mero, el señor presidente, el caudillo, el mesías, quien cargue con toda la responsabilidad de este desmadre. Mientras provea de algo de pan, por más que nos quejemos de que es caro, rancio, duro, y sobre todo, proporcione también mucho circo, aunque sea totalmente ridículo, decrépito, aburrido, absurdo, podemos seguir la fiesta más o menos en paz, por más que la violencia y el terror dominen cada vez más alrededor.

Ya normalizamos vivir así, Ya nada nos sorprende… hasta que la catástrofe da su coletazo directamente en alguien cercano, o en uno mismo.

¿Qué hacer? Nadie lo sabe. O peor, los que medio algo saben viven en la torre de marfil de una academia a la que ya le han venido llegando justamente esos coletazos, o sobreviven en la endeble y frágil sociedad civil que dista mucho de importarle a las fuerzas vivas capaces de medio mal organizarse para mal protestar por alguna coyuntura muy simple, muy efímera, muy de unos cuantos… miles, que de todos modos no logran ir más allá de la rabia del momento.

Los instrumentos del poder siguen en manos de un puñado de dinosaurios que no tienen el menor interés en innovar, en resolver. Esa casta política depredadora, corrupta, incompetente, anquilosada, transfugándose de un partido a otro sin el menor embozo, que se la vive muy bien declarando que ahora sí se llegará a las últimas consecuencias y que ahora sí vendrá la eficiencia, la honestidad, el desarrollo… ese discurso resulta ya tan babélico y hueco, que cuando mucho arrastra solo a unos cuantos interesados, que no entusiastas.

Así que a rezar, a tener mucha fe y optimismo, a echarle muchas ganas, que el esfuerzo, la tenacidad y la confianza siempre serán bien recompensados, aunque eso no sea cierto para millones de almas en este valle de lágrimas, pero ¿a quién le importa esa muchedumbre de perdedores? Seguro se merecen lo que tienen, lo que padecen. Así anda nuestra idea de justicia.

Mejor que siga la fiesta. El guardián de cualquier modo no nos dejará pasar a La Ley. Sigamos con nuestro desmadre para enmascarar nuestro miedo. Sigamos arrojando la responsabilidad allá, muy lejos, a esos incompetentes, depredadores, corruptos, los de siempre enquistados en las ubres del poder, con esa mentalidad de vasallos, con esa renuencia a la ciudadanía, con esa moral de zombis.

Nuestra alma, nuestro corazón, nuestro ánimo, nuestra conducta, dan cuando mucho para las esporádicas muestras de compasión, de solidaridad, de indignación. Pero construir otra forma de actuar colectivamente, más allá de las imposiciones de alguna emergencia, no se vislumbra como algo para lo que estemos preparados.

Y nadie parece realmente estar emprendiendo esa pedagogía. O si acaso, solo por aquí, y por allá, tan diluida, tan desperdigada.

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